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Historia Loreto Baja California Sur

La California Antigua

Al considerar el pasado histórico de la California milenaria, se distingue la presencia de los antiguos naturales de esta región, provenientes de un largo peregrinar por la ruta de Behring, que en su paso ancestral nos legaron un impresionante y rico testimonio de su vida con murales, grabados y vestigios que al paso del tiempo despiertan la admiración de sus visitantes.

El arribo del conquistador español en 1533 identificó la presencia de grupos tribales: Pericúes, Guaycuras y Cochimíes, los que al parecer, no guardaban relación con los antiguos pobladores de la península.
Loreto-Conchó o Corunchó, que en la lengua indígena significa Mangle Colorado, desde tiempos remotos estuvo habitada por grupos aborígenes de los Cochiníes (aimones y Guaycuras monquís)

La palabra Cochimí quiere decir (hombres del norte); la palabra Guaycura la tomaron los españoles de huajoro, palabra que oída por primera vez entendieron que significaba amigo. Los asentamientos primitivos se daban fundamentalmente a la orilla de arroyuelos o en aguajes, tales como: Conchó, Biaundó, Viggé, LigÃŒí, Notrí Bonó, Chuenquí y otros.

Los naturales californios no tuvieron cultivos de ninguna clase; carecían de los más rudimentarios conceptos de arquitectura y el barro lo usaron solamente algunos sectores de la región norte. Para ciertos menesteres utilizaban las conchas que había en las playas y comían sus alimentos tostados o asados. El atole lo hacían moliendo las semillas de que disponían, de mezquite o de otras leguminosas, las mezclaban con agua dentro de cestas de varas comunes a todas las tribus y luego echaban sobre la mezcla piedras calientes al rojo vivo para lograr la cocción. Las actividades cotidianas eran la pesca, la caza y la recolección de frutos y semillas. La cosecha preferida eran las pitahayas, las ciruelas y el mezcal. Sus viviendas eran muy sencillas hechas de piedra suelta colocadas en forma de círculo, sin techo. En cuanto a indumentaria los hombres andaban completamente desnudos, sólo empleaban algunos adornos de carrizos y caracoles y conchas de mar. Las mujeres usaban unas enaguas de carrizos delgados ensartados en pita (fibra vegetal) y se tapaban la parte de atrás con pieles de venado o de cualquier otro animal, adornaban su cintura con un bello cinto y su cabeza con una curiosa red a manera de venda. Para andar en el monte ambos utilizaban huaraches de cuero o de tejido tipo ixtle.

El ajuar doméstico se reducía a una batea y una taza hecha de plantas flexibles, como el mimbre; contaban también con un palillo para encender lumbre,

La California Colonial

Partiendo del proceso de conquista espiritual y militar que los españoles emprendieron en California, resultan sorprendentes e innumerables los hechos y circunstancias que comprenden el rico y diversificado testimonio histórico del inicio de la gran construcción de la California misional, de la cual se han derivado diversas corrientes de expresión, en las que distinguidos investigadores locales, nacionales y del extranjero han posibilitado el conocimiento y la mejor comprensión de esta etapa.

Un pequeño grupo de europeos y gentes de la Nueva España arribó el 19 de octubre de 1697, a un lugar situado en 26 grados de latitud norte, nombrado Conchó en lengua indígena. Seis días después, el 25, entronizada la imagen de Nuestra Señora de Loreto, hasta hoy venerada, allí, comenzó a existir la misión que ostenta tal nombre, madre de cuantas se fundaron en las Californias. Quien encabezaba ese grupo, el jesuita Juan María de Salvatierra, había tenido que vencer grandes dificultades hasta hacer realidad lo que entonces contemplaba. Casi una obsesión fue para él la idea de acercarse a los indios californios. Su amigo, el célebre misionero del gran noroeste mexicano, Eusebio Francisco Kino, compartía la misma obsesión.

Hubo que gestionar licencias de sus superiores religiosos, del Virrey de Nueva España y buscar benefactores. Se requerían tantas cosas para establecer misiones en esa tierra que se creía era una gran isla. Al fin, ya a comienzos de octubre de 1697, cerca de la desembocadura del Yaqui, en Sonora, Salvatierra disponía de dos embarcaciones en las que cargó las provisiones que alcanzó a reunir. En ellas iban a viajar sus pocos pero atrevidos acompañantes. Kino debía ser uno de ellos. Una rebelión de indígenas en el norte de Sonora impidió en el último momento que lo hiciera. Kino hubo de permanecer allí para ayudar en la pacificación de los alzados.

Para valorar lo que significó el asentamiento en California de ese grupo de hombres encabezados por Salvatierra, habría que recordar una larga y fascinante historia.

La "€œEpopeya"€ fue el proceso que desencadenó el jesuita Juan María de Salvatierra, al fundar ese día la misión de Nuestra Señora de Loreto en las costas del Golfo de California, frente a la Isla del Carmen. Fue epopeya porque unos cuantos hombres, Salvatierra, oriundo de Milán; un español, un portugués, un mexicano, un maltés, un siciliano, un mulato peruano y tres indios de las misiones del macizo continental emprendieron entonces, en son de paz la introducción del cristianismo y la enseñanza a los nativos californios, entre otras cosas, de la agricultura que les proporcionaría una dieta más rica y variada.

A ello siguió la fundación de pueblos que son antecedentes de poblaciones como La Paz, San José de Comondú, Todos Santos, San José del Cabo, San Ignacio y otros más. Logros importantes, en un ámbito geográfico muy difícil, alcanzaron los jesuitas. En la península trabajaron de forma pacífica, durante sólo siete décadas, hasta que en febrero de 1768 les llegó la orden de su expulsión dispuesta por Carlos III.

Pero si esta historia reviste visos de epopeya, también los tiene de tragedia. Ella puedo cifrarse en pocas palabras. La relación asimétrica con los nativos californios trajo consigo tina alarmante disminución demográfica que, en pocos años, culminó con su casi total desaparición. Y ésta no se debió a la explotación del trabajo de los indios como había ocurrido en las islas del Caribe. Tampoco provino de los enfrentamientos bélicos, que hubo pocos y de escasa magnitud. Las causas deben identificarse sobre todo en las epidemias que se dejaron sentir entre los indios, de enfermedades que antes desconocían.

No fueron precisamente los misioneros los que las propagaron sino otras gentes procedentes del macizo continental marineros, soldados, mineros y aventureros y también quienes desembarcaban venidos de las Filipinas. Los famosos galeones tocaban regularmente San José del Cabo y era puerto desde donde se difundían principalmente los males: el tifo, la viruela, la sífilis.

Factor que también contribuyó a la dramática disminución de los nativos californios fue la imposición de un régimen de vida totalmente diferente de aquel que, por milenios, habían tenido. Los jesuitas si se requiere, con la mejor de las intenciones los congregaban en sus misiones y allí, además de cristianizarlos, los hacían distribuir su tiempo literalmente a toque de campana: levantarse a una hora determinada, acudir a misa, desayunar, salir al campo a labrar la tierra, en tanto que las mujeres aprendían a hilar, tejer y cocinar, hasta que la campana, después de resonar otras muchas veces, volvía a oírse cuando llegaba el momento fijado para acostarse. Los indios, que habían conocido la libertad de su vida seminómada de recolectores, cazadores y pescadores, se vieron abrumados por esa imposición. Su existencia cambiaba de súbito y radicalmente. Esto y las epidemias fueron causa de la epopeya jesuítica fuera a la vez para los indios trágica experiencia.

Alabar o condenar lo que entonces ocurrió no compete al historiador. Éste no debe convertirse en juez, en su acercamiento al pasado buscará reconstruir y entender lo que ocurrió sin ser necesariamente imputable a propósitos aviesos. Los jesuitas trataron de evitar o atenuar las epidemias. El régimen de vida al que sometieron a los indios les parecía el más adecuado para hacer posible su cristianización y mejoramiento en materias como la introducción de la agricultura, antes allí desconocida".

Sobre las condiciones prevalecientes en 1800 en las diversas misiones de California se señala de manera importante:

El alto costo de mantenimiento de las misiones y la decadencia de las poblaciones indígenas también restringieron el desarrollo de las misiones dominicas de la península. I,as violentas inundaciones padecidas en San José del Cabo en 1793 causaron daños extensos que forzaron la recolocación y reconstrucción de la misión y, en 1795, la de Nuestra señora de Guadalupe había decaído hasta tal estado, que su población indígena fue trasladada a la de La Purísima Concepción. El aumento de la población civil y militar en el sur, en el Real de Santa Ana y en Loreto donde en 1800, alcanzó 600 habitantes, también contribuyó a causar problemas a las misiones porque la sífilis, la viruela, y otras enfermedades contagiosas introducidas por los colonos y soldados habían diezmado gran parle de la población indígena durante las últimas décadas del siglo XVII.

Los acontecimientos externos también contribuyeron a la decadencia de las misiones de las Californianas. Así, el crecimiento del poder de Napoleón Bonaparte en Europa y la expansión de los Estados Unidos hacia el valle del Río Misisipí, atrajeron atenciones principales de la corona española y la invasión de España por las fuerzas napoleónicas en 1808 causó el abandono de interés en la frontera misionera de California. Este abandono fue fatal dos años después en 1810 con el principio de las guerras de independencia en Nueva España y las demás regiones de Hispanoamérica y con la concentración consecuente del virreinato en la lucha para terminar dicho movimiento de insurrección.

Con la terminación de envío de provisiones y apoyo monetario desde la tierra firme de Nueva España, los dominicos de Baja California iniciaron la lucha por la supervivencia de sus misiones, concretando sus esfuerzos en la costa septentrional del Pacífico, donde el comercio ilícito en pieles de nutria, sal, cueros y sebo con los navíos de los Estados Unidos, Rusia y otros países les permitirían la adquisición de los alimentos básicos, ropa y otros artículos fabricados"€.

Es considerable los efectos derivados de la Independencia de México de España y el desarrollo de la vida misional:

La creación de la República Mexicana bajo el Acta Constitutiva en 1824 mantuvo el estado legal de las misiones como una responsabilidad del Estado, pero sin embargo, los liberales republicanos discurrieron en contra de su retención como vestigios del colonialismo, mientras, además, la escasez monetaria y los conflictos internos contribuyeron a su continuada decadencia. Como resultado de tales factores, así como de la decadencia de la población indígena debido a las epidemias, se redujo el número de personal destinado al campo misionero dominico.

Durante la primera década de la independencia mexicana se aumentaron los sentimientos liberales anticlericales y antiespañoles y con la llegada al poder del general Antonio López de Santa Anna y el establecimiento de Valentín Gómez Farías, exponente principal del liberalismo, como Presidente Interino de la República, se iniciaron extensos programas de dicho anticlericalismo. El 17 de agosto de 1833 el sistema misionero en toda la nación fue secularizado por decreto de Gómez Farías, colocando las funciones del estado, las temporalidades concedidas o vendidas a individuos y, además las órdenes religiosas encargadas de su administración fueron abolidas. Este decreto presidencial causo la clausura de las misiones de Alta California y legalmente puso fin a los establecimientos dominicos en la península; no obstante, debido a los singulares servicios prestados por las misiones en la ocupación de terrenos baldíos y en la enseñanza de las poblaciones aisladas de la región, el decreto de secularización fue suspendido en lo relativo a Baja California.

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