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Historia Atolinga Zacatecas

Antecedentes prehispánicos.
A ciencia cierta no se conoce con precisión quienes fueron los primeros habitantes de la región de Atolinga y lugares cercanos que le pertenecen. En aquellos tiempos, los antepasados no dejaron nada que atestigüe su paso por estas tierras. No hay jeroglíficos, ni papiros, ni petroglifitos, pero ni tampoco hay estudios arqueológicos suficientes de la región que permitan sustentar tal o cual teoría. 

Los primitivos habitantes del valle de Tlaltenango, quizá hayan llegado mucho tiempo después, sin fundar pueblo ni aldea alguna, viviendo como nómadas por valles y serranías, hasta que otra tribu acaso más valiente y temeraria, llego al mismo valle años después y le pareció de buenos bosques, de excelentes aguajes y de muy señoriales laderas para cuamiles. Ellos eran los rústicos mexicanos, de quienes dice el padre Tello:

"...y allanda la providencia y valle de Tlaltenango poblaron en ella 50,000 villanos o rústicos mexicanos y edificaron pueblos y los mas señalados fueron Tlaltenango, Tepechitlan y el pueblo del Teul".

Los historiadores dejan ver cómo los primitivos habitantes fueron obligados a refugiarse en las barrancas, en tanto éstos, los rústicos mexicanos, fueron conformando centros de población tales como: Momax, Atolinga, Colulitén, Cicacalco, Huejúcar, Telesteipa, Temolasco, Temastián, Tepetongo, Tocatic, Totatiche y Teocaltiche. 

Los caxcanes ocuparon el terreno que se sitúan los pueblos de Teocaltiche, Nochistlán, Mezticacán, Juchipila, El Teúl, Atolinga, Tepechitlan, Tlaltenango, Momax, Tenango, Jalpa, Mecatabasco, Tayahua, Mezquituta, Cuzpala, Magdalena, Tenayuca y Apulco con una población de 50 mil habitantes. Pueblos orgullosos e indómito fue el caxcán, además de valiente y profundamente religioso.

Como descendientes de los aztecas participaron de su mismo carácter, idioma y ritos. Su gusto por la guerra quedó de manifiesto en enfrentamientos que tuvieron con los zacatecos y nayaritas, antes de la llegada de los españoles y cuando éstos aparecieron, demostraron como la disciplina y la estrategia no les eran materias desconocidas. Disponían sus columnas de ataque con batallones de flecheros al frente, seguidos de guerreros que manejaban hondas y macanas.

Los naturales de Atolinga conocieron que pronto llegarían a sus tierras, hombres blancos y barbados, en virtud de las noticias que traían los '€œpochtecas'€. Estos llegaban a Tlaltenango, se trasladaban a Atolincan (nombre antiguo de Atolinga) y continuaban su misión comercial hacia Tepec, o se la región actual de Bolaños.

Antecedentes coloniales
Al paso del tiempo el vocablo Atolincan fue cambiado por Atolinga y el ingeniero Montañés cree que un grupo de familias de raza celta se asentaron en la región, un tanto alejados del ojo inquisidor de las autoridades de Tlaltenango y empezaron a trabajar la tierra.

Dice al ingeniero Montañés:
'€œ Después de la conquista, los españoles vieron a Tlaltenango como tierra de promisión, colonizándola, dejando en el monte de Atolinga, como muestra la colonización, extensa zona habitada hasta nuestros días por moradores de la raza celta pura. Cabe explicar que hasta aquí, inexplicablemente vinieron semitas, perpetuándose en familias que llevan apellidos Leyva, Isais, Covarrubias, Castañeda, Bugarín'€

Lo cierto es que Atolinga formó, durante las centurias siguientes a la conquista un grupo étnico cerrado y celoso del mestizaje y dejó sentir su influencia, aún en la política y dirección de Tlaltenango. 

Fue hasta el año 1561 cuando la tierra que hoy ocupa Atolinga, fue denunciada ante la Real Audiencia de Guadalajara por Francisco Sernosa.  Cuando 10 años después éste vendió a Juan Fernández Quemada esta tierra, se supo que el sitio se componía de 4 mercedes.

Un sitio de ganado mayor: Atolinga.
Un sitio de ganado mayor: Cerritos
Una caballería de tierra. El Salto
Una caballería de tierra: Acatepulco.

Aunque ligeramente desfasado en cuestión cronológica, se presenta el contenido de este importante documento que habla sobre el primer Ayuntamiento que tuvo Atolinga en toda su historia. El manuscrito está en la caja 1814 del Archivo del Congreso de Jalisco.

'€œLos vecinos principales de la Congregación de Atolinga y su comprensión, Ayuda de parrouia del Curato de Tlaltenango con el más profundo respeto hacemos presente a V.S. y suplicamos se nos conceda la gracia de la creación de Ayuntamiento y Alcaldes, por la distancia de más de seis leguas a la cabezera y que asciende a 678 almas y en los anexos que están circundados, desde media hasta dos leguas, es de 3,700 almas como consta en los padrones acabados de entregar de 1º. Voto de dicha cabezera. Lograda esta gracia seguramente volveran a sus casas y hogareñas familias que se hallan (no perciben los perfiles de la palabra que sigue en la copia) en el fomento de la agricultura de su exjercicio, y buena educación a la juventud según lo sancionado en la Constitución Política de Nuestra Monarquía Española, y de la que reciviremos merced'€. 

'€œCongregación de Atolinga y Enero 19 de 1814'€

Este fue el primer Ayuntamiento de Atolinga y se formó desde el año de 1814, en apego a las leyes emanadas de la primera Constitución de España.

Antecedentes del siglo XIX.
Atolinga pertenecía al partido de Tlaltenango y tenía 729 habitantes y el valor de su propiedad alcanzaba la cifra de $ 85,146 pesos.

 En el año de 1887 se inauguró el camino de Atolinga a Tlaltenango, para vehículos de rueda. La mayor parte estaba empedrada, poniendo mucho empeño en esto los habitantes de Atolinga, quienes además hicieron algunos pequeños puentes en el trayecto. Años más tarde por este camino llegó a Atolinga el primer automóvil, un Ford Guayín, conducido por el coronel Encarnación Cortés Llamas.

El Coronel Encarnación Cortés  nacido en el rancho de los Vela, Atolinga, valiente revolucionario quien lucho al lado de Pancho Villa en la histórica toma de Zacatecas,  cuentan que  sobre una lluvia de balas llego hasta donde se encontraba el enemigo cumpliendo una importante misión, acción que le valió el grado de  coronel y el reconocimiento y aprecio del mismo Pancho Villa.

En el año de 1896 se empedraron las calles céntricas de la población, se recompuso la cárcel, se hizo un salón para la tesorería, blanqueamiento de calles y de bardas que antes eran simples cercas.

A finales del siglo pasado Atolinga tenía la categoría de cabecera de partido y el único pueblo sobre el cual tenía autoridad era sobre Momax y sus rancherías.

En la época revolucionaria comienza con la entrada del coronel Luis Moya, una tarde del 16 de marzo de 1911 acompañado de 90 jinetes bien armados entraron gritando  '€œViva Madero '€œ  ´´ Viva la virgen de Guadalupe'€. Siendo entonces presidente municipal Don Pascual Salinas y con la aprobación del entonces vicario Don Victoriano Mora, se echaron a vuelo campanas. 

A finales del  año de 1928 un grupo de cristeros  al mando del revolucionario Luis Sánchez   apodado el '€œmolonco'€ originario de Totatiche  saquean  los archivos de lo que era la presidencia municipal y al grito de viva cristo rey y viva la virgen de Guadalupe queman   todos los  documentos   destruyendo evidencias   importantes  de nuestros acontecimientos  históricos de nuestro municipio de Atolinga, y de sus alrededores.

La vestimenta típica de los habitantes hombres de Atolinga hace 65 a 70 años atrás era calzón de manta con cotense  y camiseta cerrada también de manta, huaraches de correas y sombrero de sotol, y ante la escasez de chamarras  en tiempo de frío se enredaban en cobijas.

Debido a que el principal centro comercial de esta región era Tlaltenango, se tenía forzosamente que trasladarse continuamente en remudas y vender y comprar los víveres más indispensables. Hasta que bajo una ordenanza del presidente municipal  de Tlaltenango en turno  prohibió terminante a todos los de Atolinga vestir en esas '€œfachas'€ y andar por las honorables calles de  su ciudad a menos que se pusieran pantalones de pechera que era la moda de las grandes ciudades.

Así que los pobres de nuestra gente llegando al río que posteriormente fue el puente de la virgen, tenían que ponerse los incómodos pantalones que muchos de ellos tenían que pedirlos prestados. Ya al regreso cruzando el río se los quitaban porque acababan todos rozados, volviendo a su cómoda vestimenta.

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